Nos reuníamos para estudiar la Kabbalah de lo que llamamos Respeto Visionario.
Notamos que cuando practicábamos esta no-agresión contemplativa, entrábamos a un mundo más grande. Como respetar centra y despierta, notamos que los colores son más vivos y todo es más sano. Practicando, poco a poco notamos que teníamos más energía y enfoque mental. Es como vivir en otro mundo.
Un día alguien me preguntó: "¿Cómo llamarías a este nuevo lugar que hemos descubierto?"
Sin pensar mucho respondí Paxia, la diosa romana de la paz y la prosperidad.
En ese momento yo no lo tomé muy en serio. Pero al poco tiempo noté que, en lugar de despedirse con el familiar "abrazo", ahora mi tribu se despedía con un "abrazo paxíano".
En poco tiempo ya nos llamábamos los Cenadores de Paxia, porque cenábamos después de compartir nuestras aventuras con el Respeto Visionario a la luz de la Kabbalah Natural.
Esta es la estatua de la Diosa Paxia en un jardín de San Petersburgo, en Rusia.
En esta comunidad compartimos un estado (de mente) independiente, que tiene solo una ley: el respeto sin precondiciones.
La palabra respeto proviene del latín respectus, que significa regresar la mirada. Esta se compone de re (volver, como en revolución y reiniciar) y spectus (mirada, como en espejo y espía).
Respetar es regresar la mirada: no es ser un mirón, pues a nadie le gusta ser espiado. Hemos descubierto que este simple acto es la primera luz de visiones, de verdades más inclusivas.
La palabra paz viene del latín pax, que significa un pacto. A su vez, pax se origina en la raíz indoeuropea pica, que alude a un palo clavado en el suelo para marcar límites: dónde termina la tierra de uno y dónde comienza la del otro.
Así que respetar es regresar la mirada. Pero, ¿a dónde?
A nuestro centro. Esta movida es espiritual. Permíteme compartir contigo en qué nos basamos al decir esto.
El gran historiador de las ideas religiosas, Mircea Eliade, aparece a la derecha, junto a los famosos psicólogos Carl Jung, en medio y Erich Neumann, a la izquierda.
Esta foto fue tomada en el Círculo de Eranos, en 1950, un espacio donde estos seres brillantes, junto con otras luminarias, usaban la psicología profunda de Jung para entender la espiritualidad, el mito y la filosofía.
Mircea Eliade propuso que la primera experiencia espiritual humana fue la de estar centrado.
Según él, esta es la tradición raíz, el punto de partida desde el cual se elaboran todos los caminos interiores.
¿La razón? Porque nuestro centro es nuestra puerta a un mundo muy grande.
Eliade propuso que el centro es, de hecho, un centro de centros: Cuando decimos que estamos centrados, conjugamos nuestros tres niveles de ser: cuerpo, psique y espíritu.
Centrados, el cuerpo se relaja. El corazón se hace presente y por eso nos sentimos más claros y ecuánimes.
También nos sentimos en un mundo muy grande, coronado por la bóveda celestial. Solo basta tomar consciencia de esta bóveda que siempre está, aunque no notemos su vastedad en el mundo chico de lo ordinario.
Cuando se unen nuestros tres niveles de ser, se da un momento que es espiritual por naturaleza.
Un ejemplo cotidiano del poder de esta unión se experimenta en la cocina de nuestras casas, donde está "el corazón de la familia". Allí no solo se preparan alimentos para el cuerpo, sino también nos nutrimos en momentos de cercanía, incluso gracia espiritual.
Un cafecito puede salvar una relación o cambiar el mundo.
También podemos observar esta unión de niveles en nuestros zócalos, que actúan como centros de orientación para un pueblo.
En estos lugares, se conectan el cielo, las almas y la tierra: la iglesia, el negocio y el gobierno.
Lo contrario de estar centrado es estar periférico. Allí, en la periferia, somos dependientes de lo que los otros hacen o deshacen. El otro es nuestro sol y giramos a su alrededor.
Nosotros lo llamamos mezcolanza y esto no es bueno. Estar en nuestro centro nos hace independientes y eso nos hace creativos, líderes emocionales y espirituales.
El respeto centra, y así permite que la sabiduría del espíritu y la nobleza del alma fluyan al cuerpo y el mundo.
El latín respectus, como ya vimos, significa regresar la mirada. Pero también implica volver a mirar, no conformarse con una primera mirada apresurada.
Saborear es el verbo de la sabiduría. Para mirar profundo, saboreando los detalles, nos ayuda el Árbol de la Vida de los kabbalístas.
Su filosofía geométrica actúa como lentes movibles: puede ser un microscopio para ver un detalle, o un telescopio para dimensionar el cosmos.
Respetar nos lleva al centro de centros y ese punto es naturalmente visionario. Usamos la Kabbalah y su Mapa de Todo, el Árbol de la Vida, para poder entender esas visiones a nivel práctico, psicológico y espiritual.
Todo esto necesita más elaboración. Si quieres saber más, entra a la comunidad abajo para tener cursos y reuniones gratis.